Graznan los cuervos con un ímpetu desbocado y pertinaz sobre
un lecho de vísceras y hojas podridas. A
escasos metros un árbol se retuerce
desde el tronco a la copa, emulando los espasmos de un enfermo de
tétanos. Hay una oscuridad absoluta, la diosa Selene abandona a su suerte a los
mortales y la noche inunda el bosque de
fantasmas y de espíritus atormentados.
Una niña vestida de color rosa camina sin temor ante tan
tenebrosa atmósfera, juguetea con un escarabajo
y canta en voz bajita una vetusta y conocida melodía. A
escasos cincuenta metros se encuentra una casa vieja y demacrada; su tejado es
de vigas de madera y chamiza, sus paredes de cal cuarteada y de su alargada y
atezada chimenea emanan vapores blancos.
Inesperadamente la
tez de la niña se tornó pálida y una soledad pesada como el plomo comenzó a
fluir por cada tejido de su pequeño cuerpo. Alzó la mirada hacia la casa donde
crecieron sus antepasados y se dirigió
hacia ella. Entró decidida buscando el calor de un palpitante regazo, sin embargo
tan solo se oía el chisporroteo de unas ascuas y el crujido de una dolorida y carcomida
escalera de madera ante el avance de sus pasos.
Sofía gritó llamando a sus padres, pero nadie respondía a sus sollozos. Anduvo hasta su cuarto, abrió la puerta y de
repente vio su gran espejo cuadrado de
sinuosas patas. Se acercó lentamente y no reconoció la imagen que éste
reflejaba. Su vestido, sus manos y su
cara estaban salpicados de sangre, un agudo alarido retumbó entre las cuatro
paredes. El horrible zumbido retornó a
su cabeza rememorando lo que había sucedido aquella misma tarde, como si de un
sueño se tratara, Sofía vio como una inocente niña de vestido rosado apuñalaba
a su madre por la espalda asestándole un golpe certero. Más fría que un tempano
la niña limpió el cuchillo en su vestido y al darse la vuelta descubrió que era
ella misma.
Sofía seguía frente al espejo, inmóvil, ensimismada,
paralizada por la situación. Súbitamente su padre atravesó el quicio de la
puerta y llamó a su mujer e hija: -Katy, Sofía, papá esta en casa-. Jaime no
recibió respuesta alguna y fue a la cocina donde encontró a su mujer desangrada, la
sensación de incredulidad y estupor arrasaron con sus fuerzas derrumbándolo.
Llorando llamó a Sofía, ella seguía frente al espejo, un nuevo zumbido atacó su
mente y con una sonrisa malévola y a la vez empuñando el cuchillo del bolsillo
de su vestido dijo con voz muy bajita: -Estoy aquí arriba papá-
Todos los derechos están reservados © Diego Torres y María de la Luz Rivera 2015.
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