Era viernes y en la televisión Eduardo Inda no paraba de
decir chorradas, por lo que sabiamente decidí irme a la cama. Los párpados me
pesaban y pronto concilié el sueño tras un largo día de trabajo en la
residencia de ancianos.No tenía que madrugar por lo que la alarma no estaba
programada para las siete de la mañana, hora a la que solía despertarme. No se
oía nada en mi casa, ningún ruido, ni tan siquiera el zumbido de una mosca. Las
persianas estaban bajadas y cada vez que me acercaba al estado de vigilia volvía
a caer en las garras de Morfeo.
Un extenso prado se abrió a mis ojos con una nitidez que
jamás había vivido en el mundo de los ensueños, la luz lo inundaba todo y
observaba la belleza y la bravura de unos toros que pacían sin ningún temor entre majestuosas y maduras
encinas. De repente uno de los toros se separó de la manada y acto seguido comenzó a perseguirme, no
recuerdo cuánto duró dicha persecución, pero sí que cuando iba a ser alcanzado
por uno de sus pitones caí por un precipicio.
Estaba todo oscuro y
la caída fue eterna y real, en esos momentos pensaba que todo estaba perdido,
que iba a morir, sin embargo, desperté justo antes de descoyuntarme los huesos
contra el suelo. Tenía los ojos bien abiertos e intenté levantarme, pero no
podía mover mis extremidades, mi cuerpo estaba totalmente bloqueado y todo
esfuerzo fue en vano. Una mano fantasmagórica me oprimía el pecho y una sensación indescriptible de angustia y
desesperación se apoderó de mí. No podía
casi respirar, y la asfixia me hizo creer que estaba sufriendo un ataque al
corazón. La horrible presencia seguía hundiendo mi pecho y mi cuerpo en la cama,
como si esta fuera una puerta estelar
hacia un mundo desconocido, como si esta tuviera brazos y no quisiera
dejarme escapar. Seguidamente tuve la impresión de que mi cuerpo, mi alma o algo que me pertenecía levitaba y pude verme desde el techo con los ojos
abiertos, pude ver la terrorífica mueca de mi cara, pude ver mi posición, el
color de mi pijama y la inutilidad de mis miembros.
Fueron segundos, quizás un par de minutos, pero vi mi vida
pasar, fue como si estuviera caminando por un túnel hacia una luz cegadora. Pronto comencé a sentir un
hormigueo por el cuerpo, a recobrar las fuerzas y me levanté completamente
aturdido. Ese día estuve más despistado de lo normal, no todos los días tiene
uno la oportunidad de sentir tan cercana a la muerte…
Todos los derechos reservados ©. Diego Torres 2015
Este relato es real y
está basado en una experiencia vivida por el autor.
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