domingo, 25 de octubre de 2015

Sin rumbo fijo

En el áspero asfalto
Aguantan estoicamente los caracoles
La insaciable voracidad de ríos de lava.

Anochece pronto,
Por las calles ruedan estatuas de mármol
Y figuras de cera.

Dibuja mi pluma
El vaho de mi nublada memoria,
Cartografiando cada subterfugio de mi alma.

Fluyen las palabras
Carentes de lógica,
Como los picotazos de un cuervo
Ávido de carne putrefacta.

Bebo con ansia la desidia
De naipes marcados,
Bebo la soledad de los cafés,
Bebo los morfemas que escupe
Un demacrado borracho.

Un rabioso fuego
Me hace palpitar,
Anhelo sangre fresca,
Anhelo paisajes lejanos
Y  carreteras con infinitas rectas,
Anhelo caminar sin prisas
Y sin rumbo fijo.




Todos los derechos están reservados.Diego Torres 2015.


jueves, 22 de octubre de 2015

Parálisis del sueño

Era viernes y en la televisión Eduardo Inda no paraba de decir chorradas, por lo que sabiamente decidí irme a la cama. Los párpados me pesaban y pronto concilié el sueño tras un largo día de trabajo en la residencia de ancianos.No tenía que madrugar por lo que la alarma no estaba programada para las siete de la mañana, hora a la que solía despertarme. No se oía nada en mi casa, ningún ruido, ni tan siquiera el zumbido de una mosca. Las persianas estaban bajadas y cada vez que me acercaba al estado de vigilia volvía a caer en las garras de Morfeo.

Un extenso prado se abrió a mis ojos con una nitidez que jamás había vivido en el mundo de los ensueños, la luz lo inundaba todo y observaba la belleza y la bravura de unos toros que pacían  sin ningún temor entre majestuosas y maduras encinas. De repente uno de los toros se separó de la manada  y acto seguido comenzó a perseguirme, no recuerdo cuánto duró dicha persecución, pero sí que cuando iba a ser alcanzado por uno de sus pitones caí por un precipicio.

 Estaba todo oscuro y la caída fue eterna y real, en esos momentos pensaba que todo estaba perdido, que iba a morir, sin embargo, desperté justo antes de descoyuntarme los huesos contra el suelo. Tenía los ojos bien abiertos e intenté levantarme, pero no podía mover mis extremidades, mi cuerpo estaba totalmente bloqueado y todo esfuerzo fue en vano. Una mano fantasmagórica me oprimía el pecho  y una sensación indescriptible de angustia y desesperación se apoderó de mí.  No podía casi respirar, y la asfixia me hizo creer que estaba sufriendo un ataque al corazón. La horrible presencia seguía hundiendo mi pecho y mi cuerpo en la cama, como si esta fuera una puerta estelar  hacia un mundo desconocido, como si esta tuviera brazos y no quisiera dejarme escapar. Seguidamente tuve la impresión de que mi cuerpo, mi alma  o algo que me pertenecía levitaba  y pude verme desde el techo con los ojos abiertos, pude ver la terrorífica mueca de mi cara, pude ver mi posición, el color de mi pijama y la inutilidad de mis miembros.

Fueron segundos, quizás un par de minutos, pero vi mi vida pasar, fue como si estuviera caminando por un túnel hacia  una luz cegadora. Pronto comencé a sentir un hormigueo por el cuerpo, a recobrar las fuerzas y me levanté completamente aturdido. Ese día estuve más despistado de lo normal, no todos los días tiene uno la oportunidad de sentir tan cercana a la muerte… 

Todos los derechos reservados ©. Diego Torres 2015
Este relato es real y está basado en una experiencia vivida por el autor.


martes, 20 de octubre de 2015

Silencio rosa

Graznan los cuervos con un ímpetu desbocado y pertinaz sobre un lecho de vísceras  y hojas podridas. A escasos metros un árbol se retuerce  desde el tronco a la copa, emulando los espasmos de un enfermo de tétanos. Hay una oscuridad absoluta, la diosa Selene abandona a su suerte a los mortales  y la noche inunda el bosque de fantasmas y de espíritus atormentados.

Una niña vestida de color rosa camina sin temor ante tan tenebrosa atmósfera, juguetea con un escarabajo  y canta en voz bajita una vetusta y conocida melodía.   A escasos cincuenta metros se encuentra una casa vieja y demacrada; su tejado es de vigas de madera y chamiza, sus paredes de cal cuarteada y de su alargada y atezada chimenea emanan vapores blancos.

Inesperadamente  la tez de la niña se tornó pálida y una soledad pesada como el plomo comenzó a fluir por cada tejido de su pequeño cuerpo. Alzó la mirada hacia la casa donde crecieron sus antepasados  y se dirigió hacia ella. Entró decidida buscando el calor de un palpitante regazo, sin embargo tan solo se oía el chisporroteo de unas ascuas  y el crujido de una dolorida y carcomida escalera de madera ante el avance de sus pasos.  Sofía gritó llamando a sus padres, pero nadie respondía a sus sollozos.  Anduvo hasta su cuarto, abrió la puerta y de repente  vio su gran espejo cuadrado de sinuosas patas. Se acercó lentamente y no reconoció la imagen que éste reflejaba.  Su vestido, sus manos y su cara estaban salpicados de sangre, un agudo alarido retumbó entre las cuatro paredes.  El horrible zumbido retornó a su cabeza rememorando lo que había sucedido aquella misma tarde, como si de un sueño se tratara, Sofía vio como una inocente niña de vestido rosado apuñalaba a su madre por la espalda asestándole un golpe certero. Más fría que un tempano la niña limpió el cuchillo en su vestido y al darse la vuelta descubrió que era ella misma.

Sofía seguía frente al espejo, inmóvil, ensimismada, paralizada por la situación. Súbitamente su padre atravesó el quicio de la puerta y llamó a su mujer e hija: -Katy, Sofía, papá esta en casa-. Jaime no recibió respuesta alguna y fue a la cocina  donde encontró a su mujer desangrada, la sensación de incredulidad y estupor arrasaron con sus fuerzas derrumbándolo. Llorando llamó a Sofía, ella seguía frente al espejo, un nuevo zumbido atacó su mente y con una sonrisa malévola y a la vez empuñando el cuchillo del bolsillo de su vestido dijo con voz muy bajita: -Estoy aquí arriba papá-

Todos los derechos están reservados © Diego Torres y María de la Luz Rivera 2015.


 Escrito por: María de la Luz Rivera y Diego Torres

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domingo, 18 de octubre de 2015

Lucía eligió la vida.

Estaba sentado en su diván con una cerveza en la mano. Un canuto de marihuana descansaba en el cenicero casi apurado, exhalando apetitosos vapores y nublando el desolador paisaje que yacía tras los cristales de una ventana. En una mesa había un paquete de  cigarrillos blando, briznas de tabaco, un bote de bicarbonato, un folleto publicitario del Kebab más cercano e infinidad de minúsculas migas de pan.

Entraba el otoño y un gato de ojos translúcidos se daba un festín en el contenedor de la esquina, un banquete digno de Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, por la gracia de Dios. Por la calle discurrían pocas almas, tan sólo un par de borrachos, un dominicano de ecléctica mirada, un sombrío y cansado obrero del extrarradio y ella; una soñadora de tez pálida y ligera figura. En la ciudad dormitorio no se cocinaba nada, quizás un irrisorio lamento de desolación que fluía con la obstinada pero débil fuerza de tiempos carentes de esperanza.

Lucía caminaba ausente, ensimismada y absorta de todo lo que  a su alrededor sucedía, cruzó un puente que unía al barrio y esperó de forma automática en el paso de peatones a la luz verde del semáforo.  A poca distancia se encontraba una antigua mansión en ruinas, una víctima más de la feroz contienda civil que acaeció ochenta años atrás. En sus muros había infinidad de grafitis de cierta belleza y originalidad. Uno de ellos recitaba lo siguiente: “La muerte es el olvido”. Al fin Lucía llegó a su destino, llamó al portero automático y el oxidado portón se abrió sin respuesta alguna. El ascensor atufaba a orines y a ducados negro.  Ella vestía de forma sencilla, siempre trataba de camuflarse entre la multitud, siempre trataba de esconder sus geométricos, voluptuosos y curvos senos. No es de extrañar que Pitágoras encontrara la sabiduría en las matemáticas y en la belleza de los cuerpos celestes.

Subió hasta el tercero, la puerta estaba entreabierta e inundaba  el corredor con aceite rehusado de soja y salsa agridulce. Santiago no salió a recibirla y recibió un espectral y casi inexistente beso en la mejilla. Frente a frente estuvieron un par de minutos sin mediar una sola palabra; era un silencio fúnebre, era el encuentro entre dos bastardos de la prisa, dos víctimas de la diosa Fortuna, dos electrones perdidos en el eterno vacío del universo.
Él le ofreció una cerveza, charlaron y mantuvieron triviales, fútiles e insustanciales debates sobre la guerra de Palestina, sobre la crisis económica y la decadencia de las democracias europeas. Santiago dijo -basta- y comenzó un agrio discurso.
    
              - El mundo se va al carajo Lucía, desde que esta jodida especie domesticó a los animales y sometió a las plantas, no hay esperanza. No lo ves, nada importa ya, estoy cansado de luchar en este Show de Truman que es la vida, en este mentiroso teatro con guiones marcados, en esta loca rueda que gira sin descanso hacia la nada y la autodestrucción.
      
               - ¿Y qué hay del amor? ¿Qué hay de nosotros dos?  ¿De tus sueños de escritor, de tus sueños de cambiar el mundo? Eres un egoísta, un cínico y ya estoy harta de que me arrastres por esta espiral de miseria, por estos páramos suicidas. Bailemos sobre nuestras cenizas, y resurjamos diáfanos y transparentes como el agua de los riachuelos. Luchemos contra la desidia y sobrevivamos como nuestros abuelos, busquemos una razón por la que luchar.
         
        -¡El amor! Por favor, no vengas ahora con ese cuento ¿Crees que tenemos futuro? No tengo trabajo y tú tampoco. Las colas del paro son ríos de hombres y mujeres sin ilusión, sin esperanza. Tantos años estudiando para trabajar en un McDonald.
      
            - No digas eso, eres un desagradecido, mis abuelos prácticamente comían pan y poco más,          trabajaban desde el amanecer hasta el último rayo de luz…

Lucía rompió a llorar y Santiago se sentó a su lado y empezó a acariciar lentamente su pelo, sus mejillas y su alargado y nacarado cuello. Se besaron y ahogaron sus culpas, sus miedos y su tristeza. Él la desvistió lentamente y succionó cada poro de su cuerpo, acarició sus erectos pezones,  con su lengua viajó hasta el monte de Venus, allí, donde nace la vida, fuente de dolor y de felicidad. Ella gemía de placer y pedía con sus brazos sentirlo dentro, unirse por un efímero instante, en pos de vencer está plúmbea soledad que le carcomía. El sudor corría por sus frentes, una sacudida más y la miel mojó sus labios. Fue como la explosión del Big Bang, supongo que así surgió el universo; de una explosión orgásmica e incontenible de crear algo. Quedaron plácidamente sumergidos en el mundo de los ensueños  como inocentes niños agotados por un largo día de juegos y fantasías.

Al alba, una luz cegadora atravesaba la persiana,  subía como la espuma el bullicio de las gentes, era un día como tantos otros; recargar el abono transporte, esperar el próximo tren de cercanías y abandonarse a la inercia. En ese viaje hacia el trabajo, en ese viaje hacia la supervivencia, sólo se oyen  teclas de móviles y el sonido que se escapa de unos cascos; ni una sonrisa, ni una mirada cómplice en ese sepulcral cementerio de sueños deshechos.

Lucía abrió los ojos, silenciosamente se vistió y abandonó el piso de Santiago. Ella eligió la vida, él dejó de ser un niño, dejo de creer, de ilusionarse,  deseaba que su hora llegara pronto,  deseaba nadar y beber las aguas del río Lete.



Todos los derechos reservados ©. Diego Torres 2015.




jueves, 15 de octubre de 2015

Actores de tragicomedia

Recitan en el púlpito
Los encantadores de serpientes.

Con una retórica propia de Protágoras
Se bañan con las masas
En un mar de furia y pasión.

Se visten con estandartes,
Erigen mártires y contaminan de bilis
aguas translúcidas y caóticas.

Vocifera y alza los puños el elegido,
Aplauden sus secuaces,
Los palmeros sueñan con un pedacito,
Con un trocito de tarta.

La adulación si es un pecado humano.

Habla de libertad y de sueños,
El patrón necesita remos
Para conquistar el punto más alto
En las alcantarillas del parlamento.

Verdad y justicia,
Bonitas palabras
Que se desvanecen con el paso del tiempo.
Maldigo tu secta y tus siglas
Maldigo los dogmas,
Maldigo la falsa esperanza
Que dibujan tus labios,
Maldigo esta aristocracia
De bufones y actores de tragicomedia.

La democracia dejará de ser una quimera
Cuando los hombres y mujeres se levanten
De esta soporífera y cansina función teatral,
Miren al sol  y descubran
Que la verdadera libertad
Pasa por romper tus propias cadenas,
 Que la verdadera libertad
Es la colectiva y no la individual.




Todos los derechos están reservados ©. Diego Torres 2015 

martes, 13 de octubre de 2015

En el paredón brotan.

En el paredón brotan
Antiguos llantos e hilos de voz,
En el paredón brota la sangre
De los humildes y los justos.

Disparos lejanos retumban
Como un eco de dolor,
Caen los casquillos doblados
con un furia desbocada.
El maestro impartió su última clase
En ese habitáculo enmohecido
Por crucifijos y biblias.
En esas sillas carcomidas
En esa cárcel de los sueños,
Y De la libertad.

Todos los derechos están reservados. Diego Torres 2015


lunes, 12 de octubre de 2015

Somos dos espejos famélicos

El tono grisáceo de tus ojos
Sella tardes de soledad en mi alma.

Como el cielo de Bilbao es tu mirada,
Como la vaporosa arcada
De una central térmica,
Como el lento golpeo
De la lluvia en una chapa metálica,
Como el silbido agudo del viento
En las silenciosas estepas.

Somos dos espejos famélicos,
Escondidos en el desván  de los ensueños,
Somos  devoradores infatigables de luz,
 Somos  esclavos  de difusos espejismos,
Somos la tangente
De la circunferencia más cercana,
Somos  dos huesudos locos,
Dos adoradores de la luna,
Dos adoradores del vino,
Somos dos sombras errantes
Guiadas por el barquero Caronte.


Todos los derechos están reservados. Diego Torres 2015.



viernes, 9 de octubre de 2015

Desde el firmamento

Hoy escribo sin sombras
A la luz de los relámpagos
Con un candil oxidado
Versos encontrados.

Hallé cáscara de limón en tus besos,
Pústulas en tu piel,
Y cianóticos dedos.

Me vestí frente al espejo
Y decidí abandonarte.
Decidí abandonar tu cálido jergón
de  pastillas juanola
Y olor a lavanda.

No me esperes sentada
Soy un perro sin dueño.
Conocí la libertad en mis sueños
Y no hay cadenas que soporten mi peso.
Bebí el néctar de los dioses,
Crucé el desierto de Atacama
Con la sed de un moribundo.
Tuve alucinaciones donde voluptuosas vírgenes
Calmaban mi angustia con leche y miel,
Anduve perdido entre el sinuoso
Espacio que dista la vigilia del sueño.
Allí desde el firmamento te observé
Débil y cansada,
Ojerosa y a la vez hermosa,
Y deseé más que nunca
Volver de entre los muertos,
Y perecer a tu lado.



Todos los derechos están reservados. Diego Torres 2015.

jueves, 8 de octubre de 2015

Canta el gitano guitarra en mano

Todo brilla con la cadencia
De un monótono despertar.
Un Ferry atraca en el puerto
En el mar de Alborán,
La alcazaba domina altiva
un vasto enjambre de laberintos de piedra.
Se oye el bullicio de los mercados,
El incesante  fluir del tráfico,
El ingenio de los buscavidas,
Se oyen las risas de niños
Cargados de sueños.

El mar reposa de madrugada
Y conversa con la luna.
En la quietud de la noche
Canta el gitano guitarra en mano
A la locura de las pasiones.
Canta a unos ojos verdes,
Cuenta historias de traiciones,
Cuenta con sabiduría popular
Que el tiempo no es una línea recta,
Que la verdad es una quimera.

¿Dónde vas corazón mío?
Espero que el saber no apague el brillo de tus ojos.
En el teatro el mejor actor es ovacionado,
y vive el mundo de mentiras piadosas.
Espero que la soledad no te visite,
Que encuentres un espacio donde volar
Entre tantos espejos.
Eres de luz transparente
Y te atraen los agujeros negros.
¡Ay Aurora que lento te vistes
En los meses de otoño!
Cuando los árboles mudan de hojas.
¡Ay Aurora!
Se abre la veda para un nuevo combate,
En la locura de las colmenas
Solo reinan los aduladores,
los inconscientes y los ignorantes.
Dame de beber de la pócima de la sandez
¡Oh amada mía!
Que soy un ser insignificante,
Enséñame a amar el carnaval,
El baile de máscaras,
El lenguaje tedioso de la cotidianidad,
Enséñame a vivir el día a día,
A ser uno más,
Dame lecciones de humildad,
Pues tan solo soy un hijo más
De la madre tierra,
Tan sólo soy una estela en el mar.


Todos los derechos están reservados. Diego Torres 2015.

Fragmento de Elogio a la locura

En suma, sin la locura no hay relación humana posible y mucho menos sólida y agradable; sin mí el pueblo no soportaría al príncipe, ni el siervo a su señor, ni la sirviente a su dueña, ni el discípulo a su preceptor, ni el amigo al amigo, ni el marido a la mujer, ni el alojado al huésped, ni el compañero al compañero, ni el convidado al anfitrión se sufrirían; es necesario que todos se engañen, se adulen, se soporten con exquisita prudencia y se unten recíprocamente con la miel de la sandez.
Decidme: ¿Puede amar a alguien aquel que se odia a sí mismo? ¿ Es posible estar de acuerdo con los demás cuando no se está de acuerdo consigo mismo? ¿Puede divertir a los demás el que está desesperado por el tedio? Nadie podrá contestar afirmativamente, si no es más sandio que la propia sandez. Y bien, si a mí (la locura) se me expulsara de entre vosotros, no sólo no podríais soportar a los demás, sino renegaríais de vosotros mismos, sentiríais asco y odio.



Erasmo de Rotterdam, Elogio a la locura.