miércoles, 25 de febrero de 2015

Siempre haciendo fiestas para disimular el vacío

Cuando escuché esta frase en la conocida y maravillosa película “Las Horas” quedé completamente prendado por su cruda belleza. Me recuerda a los festines y comilonas sin sentido, al viaje afrodisiaco del alcohol y la danza de la desinhibición, a las resacas continuas y sus dañinos efectos sobre el humor y el estado de ánimo; al deseo lujurioso de la noche, buscando almas  vacías. Quién no ha sufrido el mal de la prisa, de correr por delante de sus pasos, quien no ha sido tocado y tentado por la enfermedad mental. Parece que la templanza y el gusto por la moderación se van consiguiendo con el paso de la edad, aunque en muchos casos no dependa de esta. El emperador Adriano, como buen estoico, prefería las comidas frugales a las copiosas y el goce pausado y controlado de los placeres del vino.

Hay fiestas, miles de fiestas, miles de excusas para evadirse de una triste realidad, yo debo de estar enajenado o ser un loco, pero cada día disfruto más de la soledad, cada día encuentro menor sentido al camino del exceso, de la felicidad enmascarada, fraudulenta, efímera de guiones ya escritos infinidad de veces. Yo me quedo con una conversación entre amigos hasta el amanecer, me quedo con descubrir nuevos libros y paisajes; ver una buena peli, comer en el campo, disfrutar del aire puro y del silencio.


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