Cuando escuché esta frase en la conocida y maravillosa
película “Las Horas” quedé completamente prendado por su cruda belleza. Me recuerda
a los festines y comilonas sin sentido, al viaje afrodisiaco del alcohol y la
danza de la desinhibición, a las resacas continuas y sus dañinos efectos sobre
el humor y el estado de ánimo; al deseo lujurioso de la noche, buscando almas vacías. Quién no ha sufrido el mal de la
prisa, de correr por delante de sus pasos, quien no ha sido tocado y tentado
por la enfermedad mental. Parece que la templanza y el gusto por la moderación se
van consiguiendo con el paso de la edad, aunque en muchos casos no dependa de
esta. El emperador Adriano, como buen estoico, prefería las comidas frugales a
las copiosas y el goce pausado y controlado de los placeres del vino.
Hay fiestas, miles de fiestas, miles de excusas para
evadirse de una triste realidad, yo debo de estar enajenado o ser un loco, pero
cada día disfruto más de la soledad, cada día encuentro menor sentido al camino
del exceso, de la felicidad enmascarada, fraudulenta, efímera de guiones ya
escritos infinidad de veces. Yo me quedo con una conversación entre amigos
hasta el amanecer, me quedo con descubrir nuevos libros y paisajes; ver una
buena peli, comer en el campo, disfrutar del aire puro y del silencio.
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