Amanece con esa raquítica energía y esperanza que conlleva
el nacer de un nuevo día. Emerge del sueño, de la blanda muerte, del palacio de
Jade, de la ramera Babilonia, para caminar de nuevo por realidades plúmbeas,
entre el sombrío vaivén de edificios cubiertos de musgo. Escribe el lobo con la sangre de las víctimas
que encuentra a su paso, no hay restricción ni moral que le haga sucumbir ante
su irracional deseo de absorber almas; almas cándidas, inertes, vacuas, que anhelan el lucero de la noche, presas
fáciles de subyugar.
La bipolaridad le visita con extrema asiduidad. Tras su
apacible mirada, se encuentra un devorador insaciable de deseos insatisfechos;
repudia los valores instaurados, la cadena de prejuicios que nos sumergen en la
culpa y el miedo, escupe al destino y mira directamente a los ojos de la Parca
con desidia y suma indiferencia. Atisba el firmamento lleno de estrellas y
comprende la belleza de su finitud, del constante movimiento de creación y
destrucción; así descubre el irrisorio y vano sentido de su paso por este
mundo, así se convence de que no existe la dualidad de las cosas, que el bien y
el mal son barridos por el viento como la arena del desierto.
No escribe el lobo por afán de lucro o de fama, ni por la seductora
tentación de caer en las garras adictivas de la adulación, ni por la inmortalidad.
Escribe el lobo por alejar sus fauces de sus inocentes víctimas. Mas no le
basta con erigir ciudades imaginarias, encuentros esquivos o vaporosos
humedales de desenfreno; la saciedad no tiene límites en quién ha cruzado la línea
del tiempo. El hastío vuelve como una carga pesada y fiel, retorna sin previo
aviso, azuzada por la soledad, la soledad de estar rodeado de desconocidos, de
estar compuesto de la nada y de espacios inabarcables.
Cada día gomas de borrar, facturas de teléfono, coches de
promoción, café con leche, magdalenas, sueños impuestos, sendas prescritas,
telediarios, préstamos, apuestas, lotería, trabajo, sonrisas caricaturescas,
charlas triviales, terrorismo, religión, moda, películas de solteros, fuegos
apagados, matrimonios incomunicados, alcohol, cigarros, marihuana, cieno. Odia
el lobo la proyección de falsas imágenes e ídolos, a la hipócrita raza de los
altivos, a los supuestos protectores del progreso y la humanidad. También a las
hormigas ávidas de riqueza y llenas de envidia, que miran con excitación y
placer los fracasos ajenos.
Entre dos aguas agoniza el fiero animal que lleva dentro,
entre el crepuscular y caótico instinto y la luminosa y universal razón. Entre los
barrotes de su yo interno se asfixia buscando unos labios sensuales, un
cómplice gemido, una furia desatada, un voluptuoso cuerpo, que calme su sed.
Hoy es luna llena, Mr. Hide, para ti es la calle; baila con
las farolas, venera a los antiguos dioses, canta bajo la lluvia obscenas
canciones, rompe las cadenas del tedio y libérate del yugo de la desdicha. No
bebas la leche de la amapola y firma la paz con el mundo de los ensueños.