Tras semanas inactivo vuelvo a escribir en Reflexiones de
una Calavera mexicana. La musa anda un poco apagada últimamente, no sé cuál
serán las razones, quizás el cansancio o más bien el limitado tiempo del que
dispongo. Corren sin mesura los días sin
un resquicio para saborear los diferentes
aromas que me rodean; las maletas se llenan y vacían, se cargan y descargan, y la vista de
túnel impera tras largas jornadas
laborales. Sin duda las letras se emborronan en mis ojos y las hojas pasan
lentas, casi no recuerdo lo que leo.
Este artículo fluye sin guión marcado y desconozco donde
llegará a parar, así que pido disculpas si no está a la altura. Hace
relativamente poco vi un documental que trataba sobre el ascenso al poder y la
trayectoria de Iósef Stalin en el gobierno
de la URSS. No se confundan no voy a hablar de política sino de las intrincadas
relaciones entre padres e hijos. Stalin tuvo tres hijos, los cuales tuvieron
finales trágicos. Svetlana Alilúyeva, su hija predilecta falleció hace escasos
años, sumida en la pobreza, en Estados Unidos. Su padre pasaba gran parte de
las horas y del día rodeado de sus temerosos prosélitos en una nube de intrigas
reales, soñadas y la mayoría imaginadas. Stalin gustaba de la caza y de las
actividades del campo y pasaba alejado de su familia largas temporadas. Se
comunicaba por misivas y el supuesto suicidio de su mujer, producido horas después
de una discusión en público entre los cónyuges, produjo un dolor irreparable en
unos hijos que se bañaban en oro y comían caviar, pero vivían una realidad
ajena al sufrimiento y las carencias propias de su tiempo. Intento ponerme en
la piel de esas criaturas y navegar en sus mentes ¿Puede un tirano ser un buen
padre? ¿Es el estigma de ser quién eres difícil
de superar? ¿Hasta dónde debe llegar la influencia y la educación de los padres
y el laissez faire? No cabe discusión de que la potenciación de las aptitudes
de los niños en edades tempranas producirá una disminución de las frustraciones
futuras y una menor incidencia de la depresión y las enfermedades mentales.
En cuanto a la pregunta de si un tirano puede ser un buen
padre, mi respuesta es negativa. Somos seres
curiosos, la prohibición constante, la privación de nuevas experiencias y la
herencia del miedo sólo conducen a una espiral de naufragios y ceguera. La vida
de por sí es complicada como para poner barreras que impidan la navegación
interior y exterior de nuestros sentidos. No discuto que en la sociedad debe
regir una mínima ética y unas leyes que mantengan el equilibrio en la
convivencia. Mi crítica va dirigida hacia una educación obsoleta basada en la
competitividad y la repetición de contenidos que no busca ni le interesa el
desarrollo individual de cada individuo. Así mismo en las familias cada vez imperan más los
extremos, pasando de padres superprotectores, a padres que promueven el
libertinaje y la dejadez más atroz. Creo que algunos padres juegan a ser dioses
con sus hijos, como sí al ser creadores tuvieran el derecho de implantar unos
dogmas de fe que los descendientes tienen
que atajar sin miramientos. Cuántos libros se han escrito sobre esto, sobre
todo en el romanticismo. La ruptura de estilos de vida marcados, de amores
concertados y sueños prescritos. Qué complicado debe ser padre y qué
desconocidos son para los hijos, que siempre verán la imagen que proyectan,
nunca la realidad, porque la realidad es dura o por lo menos desconcertante.
Somos humanos, nada más, cargados de secretos, de intrigas, de mensajes
encriptados, somos esclavos de procesos estocásticos, del vacío de nuestros
átomos. Creo en la democracia, pero nunca voy a negociar mi libertad. Mis
padres nunca fueron como Iósef Stalin. Espero que los vuestros tampoco.
Todos los derechos están reservados©. Diego Torres 2016
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