Respiro con cierta preocupación ante una nueva oleada de
irracionalidad y saboreo óxido y metales ya corroídos por el paso del tiempo.
Ortega y Gasset hablaba de la altura de los tiempos, una época donde el progreso
de la humanidad queda estancando y la ilusión se desvanece tras la máscara de
placeres fútiles y efímeros.
El veneno de la autocomplacencia corre por las venas de
nuestros políticos, y la joven soberanía popular española se tambalea ante
pequeñas sacudidas, como si sus cimientos fueran de paja o de madera carcomida por la avidez y
la falta de ética. “Vivimos en el siglo XXI”, dicen algunos. El siglo del
internet, de la neurociencia, de la globalización, de la comunicación sin
barreras, de la robótica y de la libertad. Pero que se cuece realmente en las
masas, en el común de los mortales, en la gente de a pie, en las clases medias,
acaso caminan hacia la libertad colectiva, acaso el progreso son las posesiones
o la propiedad privada, acaso no sueñan las perdidas ovejas con un pastor que
les indique una razón por la que luchar o por la que vivir.
Aceptamos roles y jugamos papeles en diferentes actos, en
diferentes escenarios. Unas veces la relación es de poder para con los otros,
otras veces es de sumisión, y trabajamos sin ver el resultado de lo que
producen nuestras manos. Bienes por servicios, bienes por objetos
inanimados, que nos son ajenos, que no
valoramos y desconocemos que manos han llegado a diseñar, crear, fabricar o
montar dicho objeto. Parece que ha caído del cielo. No contentos de crear
necesidades absurdas, los productos tienen una vida útil y mueren cuando el que
los ha programado lo ordena, ésta es la
llamada obsolescencia.
Volvamos a temas más generales, divago bastante por lo que
podéis observar, queridos lectores. Mi intención es representar este estilo de
vida, que cada vez se aleja más y más de los deseos y objetivos por los que
nuestro cerebro ha sido diseñado. Y me preguntarán, ¿Para qué ha sido diseñado?
Mi respuesta es que para la supervivencia. La cultura avanza infinitamente más
rápido que la evolución fisiológica de nuestro cerebro, en este contexto no es
de extrañar que se produzcan tantas enfermedades mentales en una sociedad en la
que el miedo y la ansiedad reinan a sus anchas. Pero, por qué, de dónde surge
esta presión que nos asfixia, que nos produce úlceras, que provoca accidentes
cerebro-vasculares, insomnio, depresión y otras tantas cosas más. La mente
somatiza los desequilibrios en los que está inmersa y avisa a nuestra
córtex-prefrontal de que algo no está funcionando bien. Qué complicada que es
la lucha entre la razón y las pasiones. Este carcelero que es la razón, este
carcelero que ocupa un ínfimo porcentaje de nuestra mente, no es para mí tal cosa.
La razón o cerebro consciente sirve para manejar nuestras emociones, no para
reprimirlas. Todas las patologías mentales que no tienen una base genética o
tóxica provienen de este desequilibrio, de una mala canalización de nuestra
energía y nuestro potencial.
El futuro realmente es tan sólo la consciencia de que hay
que acumular alimentos para los meses fríos o de invierno. Jodido futuro, eres el
responsable de tantas atrocidades, has creado tanta insatisfacción y tanta
infelicidad; no existes, eres un punto invisible en la línea del tiempo, la
quimérica ilusión de los enfermos del presente, la voz de los demagogos, de
promesas incumplidas, la voz de los extintos oráculos y las cartas astrales.
¿Qué dicen ustedes?
¿El progreso surgió con el nacimiento de las naciones, de la civilización, del
poder, y de la propiedad privada o murió ese mismo día? ¿Nació día en el que colectivo y el bien del
común dejo paso a la competitividad y al individualismo? ¿Nació cuando la mujer
dejó de ser respetada como la madre tierra de la fertilidad, para pasar a ser
esclava del hombre? ¿Nació cuando los recursos naturales se convirtieron en un derecho y no un regalo de los dioses o del
azar?
¿Qué es el progreso, la autodestrucción o la felicidad?
Todos los derechos están reservados. Diego Torres 2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario