Un año sabático debe ser bastante edificante: paseíto por
las distintas obras de la ciudad, supervisión del estado del pavimento y de las
vías peatonales, cafés interminables oculto tras un periódico local. Siempre
información trivial, esquelas, fotografías de recién nacidos y como no, las
fluctuaciones en el precio del pepino.
Paseos a ninguna parte y una cárcel corporal que domeña el carácter
voluble de tu personalidad. Pienso comprarme una moto y salir los
domingos. Docenas de carrozas engañando al
miedo escénico que traspasa la puerta de sus hogares. También puedo salir a
practicar running y ver la nefasta
evolución de mis rodillas y como mi piel se va oscureciendo y pegando a mis
huesos. Quizás me baste andar por el
paseo marítimo y deleitarme con el sudor de otros y con la circularidad que
moldea una malla ajustada. No hay nada más indigno que criticar a los demás por
falta de aliento vital, verdad. Ya lo dijo “THE
DUDE”, el nihilismo es agotador. Yo añadiría que es antinatural. Se podría
decir que ya nada es natural a estas alturas. Tomar unas galletas ecológicas de
espelta no te asegura nada, amigo; quizás puedas tener un temita sobre el que hablar por un instante, pero y después qué. NADA. Al
final es una espiral embarazosa, los actos y las palabras se transforman en
puntos lejanos sin ninguna trascendencia. Cada culo en su taza. Así que puedes
quedar con antiguos colegas y contar las batallitas del pasado, eso sí,
intercalando temas productivos y serios, por no llamarlos anodinos y purgantes
(que te hacen vomitar). Nadie escucha los problemas de los demás porque sus
fútiles y absurdos problemas son más graves. Para qué engañarnos, yo tampoco
escucho a nadie y todos mis problemas son gravísimos. Bromeo, mas puede que
tenga razón.
¿Y ahora qué?
Un viaje, unas vacaciones en el extranjero, muchas fotos y
visitas guiadas atestadas de pieles rojizas y olor a crema solar. Es imposible
desconectar cuando todo está masificado y la realidad es una feria donde hay
que pagar el peaje de la singularidad. No os engañéis el mundo flotante es una
obsoleta leyenda japonesa. Ya no queda
espacio para los bohemios ni para los chamanes que puestos de alucinógenos
cuentan antiguas disputas entre seres divinos. No quiero que penséis que soy
una persona pesimista, no odio mi trabajo ni a los seres humanos en general, nací follonero y así he de palmarla. He
pensado muchas veces en lamer culos y aplastar gente a mi paso. Querer y no
poder esa es la cuestión. Puede que escriba porquería a los ojos de otras
personas y están en su constitucional derecho de expresar sus desavenencias
para conmigo. Siempre desde el respeto, como no.
En la actualidad es complicado leer algo que te remueva las
entrañas, que digas, joder, Dios existe. Al final cuenta más el espectáculo
ofrecido por los ilusionistas y es que las palabras pueden irradiar mucha
belleza aunque su significado sea escaso y vano.
A mí siempre me gustó el autor solitario. Ese que entre
paredes mohosas llega al límite de sus fuerzas. Ese que aborrece las sectarias
comunidades literarias en las que todo el mundo se aborrece y aplaude al mismo
tiempo. Ese es el puto autor que me llega y me desgarra, ese que sobrepasa la
teatralidad imperante, ese que bucea por la ciénaga más apestosa de su ser y de
lo que le rodea, y que con belleza y rabia nos presenta el insondable sentido
de nuestra insignificante existencia.