sábado, 21 de abril de 2018

AÑO SABÁTICO


Un año sabático debe ser bastante edificante: paseíto por las distintas obras de la ciudad, supervisión del estado del pavimento y de las vías peatonales, cafés interminables oculto tras un periódico local. Siempre información trivial, esquelas, fotografías de recién nacidos y como no, las fluctuaciones en el precio del pepino.
Paseos a ninguna parte y una cárcel corporal que domeña el carácter voluble de tu personalidad. Pienso comprarme una moto y salir los domingos.  Docenas de carrozas engañando al miedo escénico que traspasa la puerta de sus hogares. También puedo salir a practicar running y ver la nefasta evolución de mis rodillas y como mi piel se va oscureciendo y pegando a mis huesos.  Quizás me baste andar por el paseo marítimo y deleitarme con el sudor de otros y con la circularidad que moldea una malla ajustada. No hay nada más indigno que criticar a los demás por falta de aliento vital, verdad. Ya lo dijo “THE DUDE”, el nihilismo es agotador. Yo añadiría que es antinatural. Se podría decir que ya nada es natural a estas alturas. Tomar unas galletas ecológicas de espelta no te asegura nada, amigo; quizás puedas tener  un temita sobre el que hablar  por un instante, pero y después qué. NADA. Al final es una espiral embarazosa, los actos y las palabras se transforman en puntos lejanos sin ninguna trascendencia. Cada culo en su taza. Así que puedes quedar con antiguos colegas y contar las batallitas del pasado, eso sí, intercalando temas productivos y serios, por no llamarlos anodinos y purgantes (que te hacen vomitar). Nadie escucha los problemas de los demás porque sus fútiles y absurdos problemas son más graves. Para qué engañarnos, yo tampoco escucho a nadie y todos mis problemas son gravísimos. Bromeo, mas puede que tenga razón.

¿Y ahora qué?
Un viaje, unas vacaciones en el extranjero, muchas fotos y visitas guiadas atestadas de pieles rojizas y olor a crema solar. Es imposible desconectar cuando todo está masificado y la realidad es una feria donde hay que pagar el peaje de la singularidad. No os engañéis el mundo flotante es una obsoleta leyenda japonesa. Ya  no queda espacio para los bohemios ni para los chamanes que puestos de alucinógenos cuentan antiguas disputas entre seres divinos. No quiero que penséis que soy una persona pesimista, no odio mi trabajo ni a los seres humanos en general,  nací follonero y así he de palmarla. He pensado muchas veces en lamer culos y aplastar gente a mi paso. Querer y no poder esa es la cuestión. Puede que escriba porquería a los ojos de otras personas y están en su constitucional derecho de expresar sus desavenencias para conmigo. Siempre desde el respeto, como no.

En la actualidad es complicado leer algo que te remueva las entrañas, que digas, joder, Dios existe. Al final cuenta más el espectáculo ofrecido por los ilusionistas y es que las palabras pueden irradiar mucha belleza aunque su significado sea escaso y vano.
A mí siempre me gustó el autor solitario. Ese que entre paredes mohosas llega al límite de sus fuerzas. Ese que aborrece las sectarias comunidades literarias en las que todo el mundo se aborrece y aplaude al mismo tiempo. Ese es el puto autor que me llega y me desgarra, ese que sobrepasa la teatralidad imperante, ese que bucea por la ciénaga más apestosa de su ser y de lo que le rodea, y que con belleza y rabia nos presenta el insondable sentido de nuestra insignificante existencia.